Resulta
conmovedor,
es el más dulce
sonido
que jamás se haya
escuchado...
El primer llanto de
un niño.
Llanto, promesa de
vida,
llanto que alegra
muchísimo
a los padres que
esperaban
la llegada de este
hijo.
Amor,
alegría, ternura,
inspira quien ha
venido,
a este mundo para él
duro,
bebé ahora, recién
nacido.
Llega reclamando amor
a un mundo
desconocido.
Se lo prodigan sus
padres,
con su más tierno
cariño,
sentimiento generoso
que no habían
conocido.
Es una
escuela de amor,
amor puro, gratuito,
pues los hijos nos
enseñan
a amar hasta lo
inaudito.
En el amor no hay
medida,
se aprende bien con
los hijos,
hasta las fieras
salvajes
los mantienen
protegidos.
No es suficiente el
amor,
por este recién
nacido
otros tal vez necesitan
que se les quiera un
poquito.
Somos
padres para amar,
pensemos que existen
niños
que... ¡inocentes, al
nacer,
nadie a ellos, ha
querido!
¿Qué culpa tiene ese
ser,
de nacer donde ha
nacido?
Si sus padres son tan
pobres
-aunque tengan mucho dinero-
que no tienen ni
cariño
porque viven en
ambiente
donde impera el
egoísmo,
hagamos que sea
posible
que alguien le llame,
" hijo mío".