Flores de te de puerto


   Donde el aire corre libre,
arriba, cerca del cielo,
nace y crece nuestra flor
pegadita, a ras del suelo,
sencilla, siendo un tesoro,
para quien sube, un obsequio.
Amarilla como el oro
y como él, es un premio
que disfruta quien se anima
a caminar por senderos
más propios de los antílopes,
rebecos, corzos y ciervos.

   Belleza en miniatura,
pero además,  siempre bueno. 
¡Qué exquisitez un manojo
de este rico te de puerto!
Tal vez quien más lo valora,
seamos los lebaniegos,
pero aquellos que lo toman,
acaban siempre contentos. 
Toque especial, aguardiente,
tradición y complemento.
Sienta bien, alegra el día,
la guinda de buen almuerzo.
¿Qué más podemos pedir
a nuestras flores del puerto?
  
   Al recoger el tesoro,
en otro año pensemos. 
Así cuidar de las plantas,
tratándolas con esmero. 
Ellas nos dan generosas
su tesoro verdadero
que será elixir valioso
tras la tisana en puchero.

   La sabia naturaleza, 
allá, cerquita del cielo, 
nos ofrece este regalo...
¡Maravilla... Te de puerto!
Con su toque de aguardiente,
como hacían nuestros ancestros,
es sin duda un tesoro, 
lebaniego, lebaniego.